The Project Gutenberg EBook of Fortuna, by Enrique Perez EscrichThis eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and withalmost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away orre-use it under the terms of the Project Gutenberg License includedwith this eBook or online at www.gutenberg.netTitle: FortunaAuthor: Enrique Perez EscrichRelease Date: July 27, 2005 [EBook #16372]Language: SpanishCharacter set encoding: ISO-8859-1*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK FORTUNA ***Produced by John Hagerson, Kevin Handy, Chuck Greif andthe Online Distributed Proofreading Team.=Heath's Modern Language Series=FORTUNABY ENRIQUE P �REZ ESCRICHEDITED WITH NOTES, DIRECT-METHOD EXERCISES, AND VOCABULARYBY ELIJAH CLARENCE HILLSPROFESSOR OF SPANISH IN THE UNIVERSITY OF CALIFORNIAANDLOUISE REINHARDTINSTRUCTOR OF MODERN LANGUAGES IN THE COLORADO SPRINGS HIGH SCHOOLD.C. HEATH & CO., PUBLISHERSBOSTON NEW YORK CHICAGOCOPYRIGHT, 1920, 1922,BY D.C. HEATH & CO.PRINTED IN U.S.A.CONTENTSINTRODUCTORYFORTUNANOTESEXERCISESABBREVIATIONSVOCABULARYINTRODUCTORY_Fortuna_ is probably the most popular dog story in Spanish. It makespleasant reading, it holds the student's interest throughout, and itslanguage is clear and simple.The author of _Fortuna_, Enrique P rez Escrich (1829-1897), was born in �Valencia, Spain, but he went to Madrid when a young man. He was aprolific writer of popular stories. Both _Fortuna_ and _Tony_, anotherdog story by the ...
The Project Gutenberg EBook of Fortuna, by Enrique Perez Escrich This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at www.gutenberg.net
Title: Fortuna Author: Enrique Perez Escrich Release Date: July 27, 2005 [EBook #16372] Language: Spanish Character set encoding: ISO-8859-1 *** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK FORTUNA ***
Produced by John Hagerson, Kevin Handy, Chuck Greif and the Online Distributed Proofreading Team.
=Heath's Modern Language Series=
FORTUNA BY ENRIQUE P�REZ ESCRICH EDITED WITH NOTES, DIRECT-METHOD EXERCISES, AND VOCABULARY BY ELIJAH CLARENCE HILLS PROFESSOR OF SPANISH IN THE UNIVERSITY OF CALIFORNIA AND LOUISE REINHARDT INSTRUCTOR OF MODERN LANGUAGES IN THE COLORADO SPRINGS HIGH SCHOOL D.C. HEATH & CO., PUBLISHERS BOSTON NEW YORK CHICAGO COPYRIGHT, 1920, 1922, BY D.C. HEATH & CO. PRINTED IN U.S.A.
CONTENTS
INTRODUCTORY FORTUNA NOTES EXERCISES
ABBREVIATIONS VOCABULARY
INTRODUCTORY
_ _ Fortuna is probably the most popular dog story in Spanish. It makes pleasant reading, it holds the student's interest throughout, and its language is clear and simple. _ _ The author of Fortuna , Enrique P�rez Escrich (1829-1897), was born in Valencia, Spain, but he went to Madrid when a young man. He was a _ _ _ _ prolific writer of popular stories. Both Fortuna and Tony , another dog story by the same author, are evidence that P�rez Escrich knew dogs and loved them. One can not read these stories without feeling greater admiration and respect for the dog, the best friend that man has among the animals. Fortuna also gives an interesting account of the _ _ adventures of a boy who is kidnapped and is finally rescued with the aid of the dog whom he had befriended and who thus undertook to pay his debt of gratitude. For a brief account of the life and works of P�rez Escrich, see Julio Cejador y Frauca, Historia de la Lengua y Literatura Castellana , Vol. _ _ VIII (pages 56-57), Madrid, 1918. In this edition of Fortuna some words and sentences have been omitted _ _ from the text because they were uninteresting and unimportant. In a few cases expressions have been left out because they were unusual and therefore not adapted to elementary instruction. In the exercises there is an abundance of direct-method material. Each of the exercises consists of four parts. The first part gives simple grammatical questions. The second contains idiomatic expressions to be committed to memory and to be used in the formation of sentences. The third part gives questions on the subject matter of the story which are to be answered in Spanish. And the fourth contains connected sentences to be translated from English into Spanish. Those teachers who prefer that the students in the elementary classes should not translate English into Spanish may postpone or omit altogether this part of the exercises if they wish to do so. _ _ The language of Fortuna is so clear and simple that the story may be read to advantage in elementary classes. The notes, the direct-method exercises and the vocabulary have been prepared with a view to the needs of beginners. The editors are glad to take this opportunity of expressing their thanks to Professor Juan Cano, Mr. Antonio Alonso, and Miss Madre Merrill of Indiana University, and Dr. Alexander Green and Miss Ellen E. Aldrich of D.C. Heath and Company for their valuable assistance in the preparation of this book. E.C.H. L.R.
FORTUNA
HISTORIA DE UN PERRO AGRADECIDO POR ENRIQUE P�REZ ESCRICH
CAP�TULO PRIMERO =Sentenciado a muerte=
El sol ca�a de plano calcinando el blanco polvo de la carretera, y las hojas de los temblorosos�lamos, que bordeaban el camino, hab�an suspendido su eterno movimiento, adormecidas bajo el peso de una temperatura agostadora. Un perro de raza dudosa, lomo rojizo, orejas de lobo y prolongado hocico, caminaba con el rabo ca�do, la mirada triste, la boca abierta y la lengua colgante. De vez en cuando se deten�a a la sombra de un�lamo y levantaba la cabeza como si venteara ese aire h�medo e imperceptible para los hombres, pero que al delicado olfato de la raza canina le indica la fuente o el codiciado charco donde apagar su sed. Entonces, de la encendida y h�meda lengua del perro ca�a gota a gota ese sudor interno que, no encontrando paso por los cerrados poros de la piel, se exhala por la boca. El pobre animal parec�a muy cansado y sus lijares se agitaban con precipitada respiraci�n. Luego emprend�a de nuevo su marcha por aquel largo camino solitario y abrasado. De pronto se detuvo. Se hallaba en lo m�s alto de una cuesta, y a cien metros de distancia, en el fondo de un valle, se ve�a un pueblo.[1] El fatigado animal pareci�vacilar, presintiendo sin duda lo que le esperaba en aquel pueblo que la blanca l�nea de la carretera divid�a en dos mitades.[A] Por fin se resolvi�a continuar su camino porque la sed le devoraba, y en aquel pueblo deb�a haber agua. Lleg�al pueblo cuyas desiertas calles recib�an de plano ese sol abrasador de un d�a del mes de julio. Las paredes de las casas, las tapias de los corrales, no proyectaban la menor sombra; el reloj de la torre acababa de dar doce campanadas. En la primera casa, a la sombra de un cobertizo, se hallaba una mujer lavando; cerca de ella y sobre una zalea se ve�a un ni�o que tendr�a dos a�os de edad.[2] El ni�con sus rotos zapatos que habo jugaba �a logrado quitarse de los pies. La puerta del corral estaba entornada. El perro, que sin duda hab�a olfateado el agua, la empuj�con el hocico. --�Tuso!...--le grit�la mujer. Pero como si este grito no bastara para ahuyentar al importuno hu�sped, cogi�una piedra y se la arroj�con fuerza.
El pobre animal esquiv�el cuerpo lanzando un gru�ido y ense��ndole los colmillos a la mujer; luego continu�su camino. Un poco m�s abajo volvi�a detenerse. La puerta de un corral estaba de par en par. En medio hab�a un pozo y una pila de piedra rebosando agua. El perro no vio a nadie y se decidi�a entrar, pero al mismo tiempo sali�un hombre de la cuadra con un garrote en la mano. El pobre animal, adivinando que aquel segundo encuentro pod�a serle m�s funesto que el primero, se qued�mirando al hombre con tristes y suplicantes ojos y moviendo el rabo en se�al de alianza.[B] El hombre, que sin duda ten�a poco desarrollado el�rgano de la caridad, se fu�hacia el perro con el garrote levantado. El perro indignado ante aquel recibimiento tan poco hospitalario, gru�� sordamente, ense��ndole al mismo tiempo su robusta dentadura y su encendida boca. --�Estar�rabioso?--se pregunt�el hombre. Y d�ndose�l mismo una respuesta afirmativa, le arroj�el palo con fuerza y entr�en la casa gritando: --�Un perro rabioso!...�Mi escopeta, mi escopeta! �ste fu�el toque de rebato que puso en conmoci�n a todos los vecinos, porque desgraciado del perro forastero que durante la can�cula entra en un pueblo en las horas del calor y se le ocurre a alguno decir que rabia, porque desde este momento queda decretada su muerte; el arma con que debe ejecutarse la sentencia es igual; pues se emplean todas: la escopeta, la hoz, la horquilla, el palo, la piedra; lo primero que se halla a mano para herir.[C] Basta un movimiento agresivo del perro para que todos huyan pronunciando all�en su interior la famosa frase de las derrotas: s�lvese el que pueda. Cuando el hombre que hab�a lanzado el primer grito de alarma sali�a la calle con la escopeta, el perro se hallaba cuatro o cinco casas m�s abajo, pero el hombre, sin encomendarse a Dios ni al diablo, se puso la escopeta a la cara e hizo fuego. Afortunadamente para el pobre perro, los perdigones fueron a aplastarse en un poyo de piedra; pero algunos de rechazo dieron en el lomo y en las ancas del animal, que lanz�un aullido doloroso. Los vecinos sal�an a sus puertas, y enter�ndose al instante de lo que ocurr�a, comenzaron a dar voces y a arrojar sobre el animal, que ning�n da�o les hab�a hecho, todo lo que encontraban a mano. El perro, azorado y medroso, hu�a siempre confiando su salvaci�n a la ligereza de sus piernas y ansioso de hallarse lejos de aquel pueblo inhospitalario en donde hasta las piedras se volv�an contra�l. Ya casi iba a conseguir su objeto, cuando vio cerrado el paso por un hombre que montaba un caballejo de pobre y miserable estampa. Era el cuadrillero del pueblo, que desenvainando un inmenso sable de caballer�a, se dispuso a cerrarle el paso, mientras que la gente que segu�a al perro con palos, hoces y horquillas, le gritaba: --�M�tale, Cachucha, m�tale; est�rabioso!
El pobre animal mir�a derecha e izquierda, buscando una salida salvadora. La gente, lanzando gritos de guerra y exterminio, le iba estrechando por ambas partes de la calle.[3] La situaci�n del perro forastero era verdaderamente angustiosa, las piedras llov�an sobre�l dando muchas veces en el blanco, y el enorme sable del cuadrillero Cachucha centelleaba herido por los rayos del sol, amenaz�ndole de muerte. Sin embargo, nadie era tan valiente que se atreviera a ponerse al alcance de los colmillos del perro. Entre los perseguidores del perro hab�a tres o cuatro armados con escopeta, pod�an dar la muerte a su enemigo desde lejos, pero nadie disparaba, temerosos de herirse los unos a los otros. De vez en cuando se o�a la voz del cuadrillero Cachucha que gritaba: --�Cuidado con las escopetas!...�Ojo, que estoy aqu�!... En este momento aflictivo se abri�una peque�a puerta de la tapia de un jard�n y el perro se meti�por ella precipitadamente. Cachucha baj�con ligereza del caballejo y corri�hacia la casa por donde hab�a desaparecido el perro, agitando el sable en el aire con nerviosa mano y exclamando con toda la fuerza de sus pulmones: --�Compa�eros, salvemos a nuestro padre, salvemos a nuestra providencia! [Illustration]
CAP�TULO II =El indulto=
Don Salvador Bueno era el vecino m�s respetable, m�s sabio, m�s caritativo y m�s rico del pueblo. Sus sesenta a�os, su cabeza blanca como la nieve, su rostro bondadoso, su afable sonrisa y su mirada serena hac�an exclamar a todo el mundo: ah�va un hombre de bien, un justo. Don Salvador hab�a viajado mucho y le�do mucho con provecho. Sus conocimientos eran tan generales que su conversaci�n resultaba siempre instructiva y amena. Ve�a las�pocas antiguas con la misma claridad que la presente, y al hablar de los grandes hombres de Grecia y de Roma, parec�a que hablaba de amigos�ntimos que acababan de morir pocos d�as antes. Aquel venerable anciano era una enciclopedia siempre a disposici�n de los que quer�an consultarla en el pueblo. Tampoco hab�an faltado penas al se�or Bueno: hab�a visto morir a un hijo al a�o de terminar de un modo brillante la carrera de ingeniero de Caminos y Canales y a una hija a los seis meses de dar a luz un hermoso ni�o.[4] Don Salvador se hab�a quedado solo en el mundo con su nieto, que se
llamaba Juanito y en la�poca que nos ocupa era un precioso ni�o de ocho a�os de edad.[D] El abuelo se hab�a propuesto hacer de su nieto un hombre perfecto. --Yo le ense�ar�--se dec�a--todo lo que puede ense�arse en un colegio, en el buen sentido de la palabra, porque en los colegios tambi�n se aprende algo malo. Procurar�, al mismo tiempo que educo su inteligencia en los sanos principios de la moral, de la caridad y del amor al pr�jimo, desarrollar sus fuerzas f�sicas, educar su cuerpo. Juanito era un ni�o tan hermoso de cuerpo como de alma, con una inteligencia clar�sima y un coraz�n bondadoso y caritativo. Entremos ahora en casa de don Salvador Bueno. El reloj de la iglesia acababa de dar las doce campanadas del mediod�a. La casa de don Salvador, situada a la salida del pueblo, ten�a un espacioso jard�n. En el centro de un grupo de corpulentos�rboles se alzaba un pabell�n en donde pasaban durante las calurosas horas de la can�cula el abuelo y el nieto largos ratos, entregados unas veces a los ejercicios de la gimnasia y de la esgrima, otras a la lectura.[5] En el momento que vamos a permitir a nuestros lectores que entren en el pabell�n, don Salvador y Juanito se hallaban haciendo lo que en el lenguaje t�cnico de los gimnasios se llaman poleas, ejercicio que desarrolla los m�sculos de los brazos, ensancha el pecho y abre el apetito. El viejo y el ni�o iban vestidos lo mismo, pantal�n de lienzo blanco, una almilla rayada ce�ida al cuerpo, zapatillas y cintur�n de lona. Este liger�simo traje era el m�s a prop�sito para hacer gimnasia, sobre todo en las horas calurosas del mes de julio. --Basta por hoy, Juanito, basta por hoy,--dijo el anciano, cogiendo un pa�uelo y limpiando el sudor que corr�a con abundancia por la frente de su nieto. --No estoy cansado --contest�Juanito,--si Vd. quiere, podemos continuar , hasta que Polonia nos llame para comer. Polonia era el ama de gobierno y hab�a sido nodriza de Juanito. El marido de Polonia ejerc�a en la casa las funciones de mayordomo. --No, no; tienes la cara encendida como una amapola,--a�adi�el viejo acariciando la cabeza del ni�o--y antes de comer conviene que descanses un poco. Vaya,�chate en el sof�con las manos cruzadas debajo de la cabeza: esa postura es muy higi�nica. Yo voy a hacer lo mismo en esa mecedora.[6] Juanito, que ya se hab�a tendido en el sof�, se incorpor�un poco y dijo: --�Ha o�do Vd.? Parece que ha sonado un tiro a lo lejos, en la calle. --Ser�alg�n cazador que vuelve del monte y habr�disparado la escopeta a la entrada del pueblo. El ni�o, que sin duda no quedaba satisfecho con aquellas explicaciones, a�adi�: --No, no, abuelito; yo oigo gritos y voces: algo sucede.
Don Salvador fij�un momento su atenci�n y repuso: --Efectivamente, se oye un gran alboroto en la calle. Los gritos, la algazara, no solamente iban en aumento, sino que parec�an acercarse hacia aquel pac�fico retiro. Don Salvador descorri�la persiana de una de las ventanas del pabell�n, y asom�ndose, dijo en voz alta: --Atanasio. --�Qu�manda Vd., se�or?--contest�un hombre que se hallaba cavando un cuadro de tierra cerca del pabell�n. --Anda, hombre, anda por el postigo de la tapia a ver lo que sucede en la calle. Atanasio corri�hacia el sitio indicado, pero al abrir la peque�a puerta que daba paso a la calle, retrocedi�, cayendo de espaldas contra la tapia. Al mismo tiempo un perro entr�en el jard�n como una exhalaci�n, se refugi�en el pabell�n, y fue a esconderse debajo del sof�en donde se hallaba sentado Juanito. Antes que don Salvador y su nieto se dieran cuenta de lo que suced�a, Cachucha el cuadrillero y veinte o treinta personas m�s invadieron el jard�n dando gritos de terror. Cachucha iba delante con su enorme sable desenvainado y haci�ndole girar de un modo vertiginoso por encima de su cabeza. Al penetrar aquella turba en el jard�n, todos gritaban a un tiempo como si se hubieran ensayado: --�Est�rabioso, est�rabioso!...�Matadle, matadle!... Al pronto, don Salvador, que no hab�a visto pasar al perro, crey�que el rabioso era el pobre cuadrillero que, con el rostro descompuesto y los cabellos erizados, avanzaba a la carrera hacia el pabell�n, blandiendo con vigorosa mano su terrible sable.[7] Don Salvador se retir�de la ventana para proteger a su nieto, y al volverse, lo adivin�todo con espanto y lanz�un grito de horror, qued�ndose enclavado en el suelo sin poder avanzar ni retroceder.[E] All�, junto al sof�, arrodillado, se hallaba Juanito acariciando la sucia y empolvada cabeza de un perro desconocido. Aquel animal, cubierto de sangre, de lodo y de polvo, miraba a Juanito con los ojos brillantes como dos ascuas de fuego, con la boca abierta y la lengua colgante. De cuando en cuando el perro conten�a su agitada respiraci�n y lam�a suavemente las manos de Juanito moviendo con pausa la cola, como si quisiera decirle: --No tengas miedo, hermoso ni�o, yo pertenezco a una raza que tiene la gratitud en el coraz�n: en mi familia no se han conocido nunca ni los traidores ni los desagradecidos. Cachucha entr�precipitadamente en el pabell�n seguido de un ej�rcito de hombres, mujeres y ni�os.
El perro, con ese delicado instinto propio de su raza, se acerc�un poco m�s al ni�o, tendi�ndose a sus pies, seguro de que hab�a encontrado un buen defensor para librarse de aquella horda de v�ndalos que ped�a su muerte. --Se�orito, no toque Vd. a ese perro, que est�rabioso,--exclam� Cachucha.--Ap�rtese usted que voy a dividirle por la mitad. --Rabioso...--exclam�Juanito ri�ndose y rodeando el cuello del perro con uno de sus brazos,�rabioso, y me lame las manos y se echa temblando a mis pies para que le proteja? Bah, t�s�que est�s rabioso, mi buen Cachucha; si te vieras la cara en el espejo, de seguro te dar�as miedo a ti mismo. --Vamos, Cachucha,--dijo el abuelo, observando las pac�ficas manifestaciones del perro--envaina ese sable que amenaza nuestras cabezas. El perro no est�rabioso: son otros los s�ntomas que presentan esos pobres animales cuando se hallan atacados de esa terrible enfermedad. Ver�s lo que tiene. Y don Salvador cogi�una jofaina llena de agua y la puso en el suelo al lado del perro, que comenz�a beber con avaricia, agitando la cola. Cachucha abri�inmensamente los ojos y dijo: --�Calla; pues es verdad; bebe agua! Y volvi�ndose indignado contra la muchedumbre, a�adi�: --�Pedazos de brutos, animales!�Por qu�me hab�is dicho que estaba rabioso? Nadie contest�, y el cuadrillero, envainando su sable, volvi�a decir: --Se�or don Salvador, le ruego a Vd. que nos perdone por el susto que le hemos dado, pero conste que la intenci�n era buena. --Ya lo s�, hombre, ya lo s�, y lo agradezco con toda el alma. Todos fueron saliendo del pabell�n respetuosamente, asombrados del valor de Juanito y de su abuelo y sobre todo de la suerte que hab�a tenido el perro forastero, refugi�ndose en aquella casa.[8] --Pobrecito, qu�sed ten�a, y puede que tenga tambi�n hambre;--dijo el ni�o.--Debe estar herido; tiene sangre en el lomo; es preciso curarle. �Y c�mo se llamar�, abuelito?[F] --�Qui�n? --Este perro. --No lo s�, hijo m�o;--contest�ri�ndose don Salvador,--y como tengo la completa seguridad de que si se lo pregunto no me lo ha de decir, no quiero tomarme esa molestia. Pero como todas las cosas deben tener un nombre, nosotros le pondremos uno y desde hoy a este perro se le llamar� Fortuna, pues fortuna y no poca ha sido la suya refugi�ndose en esta casa, y encontrar al que le ha librado del terrible sable de Cachucha.[9]
CAP�TULO III
=Los secuestradores=
Cuatro d�as despu�s, el perro Fortuna estaba desconocido. Juanito le cur�las heridas, que eran leves, con�rnica, y luego, ayudado de Atanasio el jardinero, le lav�con jab�n y un estropajo. Entonces se vi�que Fortuna no era tan feo como parec�a bajo el andrajoso manto de la miseria, que con un buen collar y bien alimentado pod�a presentarse en cualquier parte sin que su amo se avergonzara. Pero lo m�s hermoso de Fortuna eran los ojos, en donde resplandec�a la inteligencia, sobre todo cuando sentado sobre sus patas traseras miraba fijamente a Juanito como deseando adivinar sus pensamientos para ejecutarlos. Una tarde el abuelo y el nieto fueron a ver una vi�a rodeada de almendros que se hab�a plantado la misma semana del nacimiento de Juanito y que en el pueblo llamaban La Juanita. Don Salvador, en todos estos paseos campestres, llevaba siempre un libro. Se sentaron a descansar a la sombra de un almendro, y a la ca�da de la tarde regresaron al pueblo. Ya cerca de casa, don Salvador ech�de menos el libro. --�Ah!--exclam�,--me he dejado al pie del�rbol mi precioso ejemplar de El libro de Job, parafraseado en verso por Fray Lu�s de Le�n. Es preciso volver por�l sentir�a perderlo.[10] Fortuna, que iba detr�s, de dos saltos se puso delante, y levantando la cabeza, se qued�mirando a sus amos. El perro llevaba el libro en la boca con tal delicadeza, que ni siquiera lo hab�a humedecido. --Muchas gracias, Fortuna,--le dijo don Salvador acariciando la inteligente cabeza del perro.--Este ejemplar lo tengo en gran estima y hubiera sentido mucho el perderle porque es un recuerdo de mi madre. Esta noche cuando cenemos procurar�hacerte alguna fineza para demostrarte mi agradecimiento.[11] El perro comenz�a dar saltos y a ladrar con gran alegr�a, no por la golosina ofrecida, sino porque comenzaba a ser�til a sus amos. A los ocho d�as Juanito y Fortuna eran los dos mejores amigos del mundo: no se separaban nunca. El perro dorm�a sobre un pedazo de alfombra a los pies de la cama del ni�o.[12] Una ma�ana don Salvador y Juanito se hallaban en el jard�n: el perro les segu�a como siempre. Don Salvador tendi�horizontalmente el bast�n que llevaba en la mano para se�alar una planta, y entonces Fortuna dio un salto por encima del bast�n con gran agilidad y luego se qued�sobre sus patas traseras, erguido y grave; volvi�a tender su bast�n don Salvador y volvi�a saltar Fortuna, pero entonces se qued�con las manos apoyadas en el suelo y las patas traseras por el aire. Un d�a Juanito estornud�con gran fuerza y Fortuna introdujo el hocico en el bolsillo de la americana del abuelo, le sac�el pa�uelo y fue a present�rselo a Juanito.
[Illustration: FORTUNA DI�UN SALTO POR ENCIMA DEL BAST�N] Esto hizo re�r mucho al abuelo y al nieto, porque Fortuna iba presentando de d�a en d�a nuevas habilidades que le elevaban a la ilustrada categor�a de perro sabio; por lo que dedujeron que en sus mocedades habr�a sido perro de volatinero, y tanto al abuelo como al nieto se les pasaban grandes ganas de saber el origen de aquel amigo que les hab�a deparado su buena suerte. De seguro que por nada del mundo hubiera Juanito vendido a su perro. As�las cosas, una tarde del mes de agosto se paseaban por la carretera Juanito, Polonia su nodriza y el perro Fortuna. Don Salvador se hab�a quedado en casa con el alcalde y el secretario del ayuntamiento, que hab�an ido a consultarle un asunto grave. El sol se hallaba pr�ximo a su ocaso, la temperatura era agradable y en el cielo no se ve�a ni una nube. De pronto interrumpi�el silencio de los campos un lamento triste, prolongado, que al parecer sal�a de la d�bil garganta de un ni�o. Juanito y Polonia se miraron; el perro Fortuna gru��sordamente y se acerc�a su amo como dispuesto a defenderle. --�Has o�do, Polonia?--pregunt�Juanito. --S�; parece un ni�o o una ni�a que se queja,--contest�la nodriza. --Y debe ser muy cerca. Una muchacha de diez a doce a�os de edad, flaca, encubierta de harapos, el pelo enmara�ado y la tez cobriza, se levant�de la cuneta del camino, lanzando dolorosos lamentos.[G] Fortuna gru��de un modo amenazador y se acerc�m�s a su amo, con el pelo del lomo erizado y ense�ando sus blancos colmillos. --Calla, Fortuna, calla,--le dijo Juanito, d�ndole una palmada en la cabeza y mirando al mismo tiempo a la ni�a mendiga que lloraba amargamente. La muchacha sigui�avanzando sin intimidarla los gru�idos amenazadores del perro.[13] --�Qu�tienes, pobrecita?--le pregunt�Juanito. --�Ah, se�orito, qu�desgracia tan grande para m�!--exclam�la mendiga con los ojos arrasados en l�grimas.--Mi pobre abuelo se cay� desfallecido de hambre, en el barranco de ese puente, y voy al pueblo a pedir auxilio a la guardia civil o a la primera persona caritativa que encuentre. --�Pero no podemos nosotros socorrerle?--contest�Juanito.--Mira, la primera casa del pueblo es la m�a y all�yo te aseguro que no le faltar� nada a tu abuelito. --�Pero si le faltan las fuerzas para tenerse en pie!...--a�adi�la mendiga.--Hace m�s de veinticuatro horas que el pobre no ha comido nada.[17] --Pues bien, vamos a verle,--repuso Juanito,--y si no podemos llevarle nosotros, yo ir�en una carrera al pueblo a traer lo que haga falta.
Y como el perro no cesaba de gru�ir de un modo hostil a la ni�a mendiga, Juanito le dijo: --Esta tarde tu mal humor es insufrible, Fortuna; te he dicho que te calles. La ni�a, sin dejar sus dolorosos lamentos, se encamin�en direcci�n al puente. Juanito, Polonia y Fortuna la siguieron. A la derecha del camino hab�a una rampa que conduc�a al cauce del barranco. Por all�bajaron todos. El puente ten�a tres arcos. En el primero, tendido boca abajo sobre la h�meda arena, se hallaba un hombre pobremente vestido. A su lado se ve�a un zurr�n de sucio y remendado lienzo y un garrote. A unos quince pasos de distancia, en la orilla del barranco, se alzaban unos espesos y grandes carrizales cuyas hojas, abrasadas por el ardiente sol del verano, ten�an un color rojo amarillento. --Abuelo, vamos, haga Vd. un esfuerzo para levantarse,--dijo la ni�a mendiga,--pues aqu�vienen un se�orito y una mujer para ayudarme a conducirle a Vd. al pueblo. El hombre, exhalando gemidos, se movi�pesadamente como si le faltara la fuerza para levantarse, luego apoy�una rodilla, despu�s la otra y por fin las manos, qued�ndose a gatas y bajando la cabeza como si quisiera ocultar su cara. Compadecidos ante tanta debilidad, se acercaron Juanito y Polonia para ayudarle a levantarse, y en el mismo momento que se inclinaban hacia la tierra, el hombre de un brinco se puso en pie, cogi�por el cuello a Polonia y la derrib�brutalmente en el suelo. Al mismo tiempo la ni�a mendiga saltaba con la ligereza de una pantera sobre el aterrado Juanito, haci�ndole rodar sobre la arena del barranco. [Illustration: FORTUNA SE ABALANZ�FURIOSO SOBRE LA MENDIGA.] El perro Fortuna se abalanz�furioso sobre la mendiga, haci�ndole presa en una pierna y rasg�ndole en jirones el vestido. La ni�a lanz�un grito agudo de rabia y de dolor. --Maldito perro,--exclam�, cogiendo el garrote que hab�a en el suelo y defendi�ndose de Fortuna con un valor incre�ble a su edad. Entonces salieron precipitadamente dos hombres de mala facha de uno de los carrizales. Llevaban rev�lver y cuchillo de monte en el cinto y escopetas de dos ca�ones en las manos. --Vamos a ver si te callas, Golondrina; no hay que gritar tanto por un ara�azo,--dijo uno de los hombres soltando una brutal carcajada. --Despachemos antes que pase gente por la carretera,--a�adi�el otro hombre. --�Qu�haremos de esta mujer?--pregunt�el que ten�a sujeta a Polonia. --Atarle las manos a la espalda, ponerle una mordaza y dejarla para que vaya a contarle a su amo lo que voy a decirle.