Revista LATINA de Comunicación Social. La Laguna (Tenerife) - mayo de 1998 - número 5. D.L.: TF - 135 - 98 / ISSN: 1138 - 5820. (4.736 palabras). Dr. David ...
De los Rees, David, 1998: Sobre la moda. Auntes arauna reflexin.
Revista LATINA de Comunicacin Social
La Laguna (Tenerife) - mayo de 1998 - nmero 5
D.L.: TF - 135 - 98 / ISSN: 1138 - 5820
Sobre la moda.Apuntes para una reflexin
P ina1 de 6
(4.736 palabras) Dr. David de los Reyes Filsofo, profesor de la Universidad Central de Venezuela, UCV.ddlreyes@sagi.edu.veILa moda ha venido a ser un elemento de cambio, tanto en lo personal como en lo grupal, en los gustos y patrones cotidianos en las sociedades contemporneas. Sin este ingrediente, parte de la modernidad no se pudiera pensar; dejaramos fuera la democratizacin de las apariencias; la mirada al devenir de los distintos mundos de lo cotidiano, a la entronizacin de lo nuevo como conciencia de estar en el mundo; efecto que se ha constituido casi en el nico imperativo de los tiempos.La moda no haasado nunca inadvertidaara el mundo intelectual. Ya a comienzos del silo asado,en 1830, Balzac redact su 'Tratado de la vida elegante' y a finales de ese mismo siglo, intelectuales, como el dandy y poeta Baudelaire, ya se fijaban con entusiasmo en el femenino y ertico arte de pintarse los ojos, las mejillas y los labios, descrito en su 'Elogio del maquillaje': pequeo tratado donde la moda es descrita como un elemento constitutivo de lo bello, un sntoma del gusto ideal. Para el ingls Oscar Wilde, el maquillaje proporcionaba a la mujer lo mismo que su propsito personal para con la naturaleza: no imitarla, sino embellecerla. Mallarm, a finales de siglo, redactara 'La ltima moda'. Pero tambin la literatura influira e inspirara el gusto en los vestidos, slo hablemos de uno: Sarah Bernhardt, leyendo una pgina de 'Salambo', de Flaubert, quien describi a su personaje vestida de una tela desconocida, quiso tenerla para su nvea piel y la tan afamada artista exigi una tela similar; al cabo de una semana sta exista. Sarah la cre mutando un terciopelo color hortensia marchita con reflejos azulados y haciendo macerar a martillazos laieza de tercioelo de Venecia color rosa auroral;osteriormente, la intervino con fumiaciones de azufre y azafrn, para encontrar un tinte nunca visto antes. Al final, un dibujante traz arabescos y flores de fantasa, animales emblemticos y sombras sugestivas con un vaporizador especial; el resultado inesperado cubri a su grcil cuer oen sus futuras reresentaciones. Este acto de Sarah bien afirma lo dichoor Barthes sobre el vestido: "Se sabe ue la vestimenta no exresa a laersona sinoue la constitue; o ms bien es sabidoue laersona no es otra cosa que esa imagen deseada en la que el vestido nos permite creer" (1). El gusto por lo nuevo y lo extico en la moda ha sido un rasgo constante en nuestras sociedades modernas y sobre todo de manera creciente desde el siglo XIX a nuestros das.Pero todo ello ha sufrido cambios al transcurrir el siglo XX. De esta manera, encontramos que la demanda de modas en nuestras sociedades no obedece ya slo a una predisposicin de la distincin social -como lo fue hasta la mitad de nuestro siglo- sino de una actitud de trastocamiento, mutacin, metamorfosis y novedad en la interioridad de la personalidad y vida, donde una rigidez de la indumentaria obstaculizaba la libre expresin de la individualidad y ahora toda una constelacin democrtica del individuo lleva a afirmar su autonoma bsica personal. Constitucin de un espacio esttico para nuestro diario acontecer individual. Bsqueda de variacin, demudacin, teatralizacin de nuestra personalidad imbricada bajo la tormenta del acontecer meditico y a su aceleracin constitutiva que le da cuerpo, la determina, la mima, la define y la hace sobrevivir.
Las costumbres y usos que se ponen en boga durante cierto tiempo y que forman parte de nuestro atuendo y conductas externas vienen a constituir un elemento clave de una sociedad que arrastra como conflicto permanente el
De los Rees, David, 1998: Sobre la moda. Auntes arauna reflexin.
P ina2 de 6
enfrentamiento de una produccin inconsciente de sus lmites, -hasta ahora-, aadindosele la necesidad imeriosa de dar salida a dichos objetos producidos.
Para nuestra participacin en los cambios de la moda y nuestra continua disposicin en asumirla, no importa, en forma determinante, tanto el ascenso o descenso de nuestra renta o salario sino las actitudes pesimistas u optimistas que despliega ante esa sociedad de cambio continuo. Por todo ello, la moda es un factor constitutivo de nuestra poca y del mundo occidental; nos lleva a comprender a la sociedad del presente desde el mismo centro de lo presente, no por medio del sesgo de los mecanismos de produccin; con ella nos asomamos a sus lmites y sus respiros que vienen a presentarse por los impulsos del marketing, por los nuevos sistemas de distribucin y venta o por los marcapasos perceptuales colocados en el corazn del mercado, adems de los juicios prcticos instalados en las tcnicas de motivacin que crean una sinergia que se adhiere al avance y la presencia persistente de los canales de la comunicacin y sus vastas posibilidades de persuasin; todo dentro de un movimiento que va a la par de una intensa capacidad acelerada en la fabricacin de los ms variados productos; productos proyectados, tocados, afinados, redefinidos y refinados con la pulsin de la obsolescencia como condicin interna para ser aceptada su existencia dinmica.
No podemos negar que la moda es un hecho de nuestra civilizacin occidental. En ella se dan cita desde efectos psicolgicos y culturales hasta polticos y filosficos. Involucra no slo a conjuntos sociales sino que despierta el alma del individuo y se convierte en una opcin de la libertad personal y de nuestra condicin externa de presentarnos ante el mundo y modificarlo. La moda ilustra el ethos del fasto y promedia una libertad minimalista que nos compromete dentro de una esttica de las apariencias.
Aun uesabemos uea tanta fortuna noueda de lado elue tena sus desuites susesares. Al inectarnos el gusto por la novedad y el cambio que respiramos en toda la atmsfera cultural occidental, nos dispone al consumo de productos de utilidad dudosa, siendo el exotismo uno de los elementos de su seduccin; en ese juego no entran a participar las relaciones de vecindad o tradicin, es ms, su condicin es ser la negacin de las costumbres tradicionales y de ah su carcter modernista implcito que sobrepasa cualquier marco de nacionalidad para su ustificacin; con la moda seer uetodo un sistema social teidoor el esritu modernoliberado -hasta cierto punto- de la influencia del pasado, se rodea de un orden de valores que se remarcan slo ante el presente y lo nuevo. En la modernidad, slo el presente pareciera que puede inspirar al deseo.La hibridez de la moda estructura el componente perfecto para el pulso econmico de las regiones perifricas y satlites, encogiendo o ensanchando la piel del bienestar general al ritmo de una globalidad envolvente. Conforma un acopio y conglomerado de bienes cuyos ingredientes ¡varan cada vez menos de un pas a otro, globalizando los escenarios, los utensilios, los adornoslos vestuarios dentro de una reionalizacin imerante ¡ de los mercados presentes. Preponderancia y hegemona cotidiana del imperio de lo efmero.IILa vida y existencia de la moda siempre se deber a un efecto de reaccin. Para afianzar su permanencia, necesita enfrentarse y surgir como oposicin a otra anterior. Del pasado saca su existencia en el presente, actividad paradjica por su perenne variacin o de negar la moda del verano anterior, por decirlo as, o bien por resucitar cadveres y ruinas de los depsitos musesticos de las modas pasadas y volverlas actuales mediante la intervencin y la modificacin de los materialescierto uso del diseo actual. La modaue tiene unae ueavida ermanencia,slo obtiene su presencia constante por su resucitar, como ave Fnix, de sus propias cenizas. Reaccin contra lo anterior, o osicinradical a s misma, con slo nearse sure su afirmacin,ro oniendomodelos de comortamiento colectivo de valor universal, socialmente jerarquizados y que se separan totalmente de los gustos de inmediato pasado. As, cuando Mary Quant lanz la minifalda fue, ms que una liberacin sexual femenina, una reaccin al agotamiento de la era de las faldas victorianas, por ejemplo. La moda se entroniza a partir de oposiciones binarias: corto/largo, alcohol/droga, aceleracin/lentitud, blando/duro, hot/cool, naturaleza/artificio, tropical/templado, jazz/rock, rock/salsa, salsa/joropo, pasaje/bolero, minifalda/maxifalda, etc., donde siempre uno de los pares es el triunfador absoluto para el consumo social por un periodo sometido a los vaivenes de la demanda del producto. El desplazamiento acontece por un surgimiento impetuoso de un antagonismo radical, donde no hay trminos medios e hbridos que hayan podido gozar de mucha fortuna.IIILa moda pareciera ser una cura real, una satisfaccin permitida, un ensanche de nuestro narcisismo, cuando sabe darnos lo que deseamos adquirir ms que tratar de vender lo que se produce. La induccin y la seduccin de sus montajes para la captacin de nuestra atencin y del picor que despierta al deseo nos llevan a preguntarnos por la fragilidad y alteracin de nuestra libertad de decisin particular ante su imperativo. Orden oculta que bien puede trastocarse, a la vez, en un recurso de expresin y transformacin personal ante las formas externas sin significacin del mundo. De ah que ese espacio ldico nos da la grata y recreada ilusin de renovacin de la vida, de la sociedad, del tiempo y hasta de la historia, combinando sus efectos dentro de la constante repeticin violenta en que nos introduce nuestro entorno de la vida ¿postmoderna?. Con la moda bien puede pasarnos hoy lo que ya deca
De los Rees, David, 1998: Sobre la moda. Auntes arauna reflexin.
P ina3 de 6
Epicuro sobre nuestra alimentacin y de la duracin de nuestras vidas: "Y as como de entre los alimentos no escoge los ms abundantes, sino los ms agradables, del mismo modo disfruta no del tiempo ms largo, sino del ms intenso placer"IVAl restrinir los lmites de laartici acinen el camo de laoltica el individuo ha otado articiar en la eleccin de los adornos y de la 'estetisacin' de su cuerpo; en organizar su vida inmersa en un sistema de frivolidades que permanece como una danza continua y constitutiva de lo cotidiano. Encontrando que esta pasin prescribe, quiz, uno de los elementos que ms lo integra con el devenir del mundo y yendo al encuentro de la mirada del otro. Muertas las ideologas, entrados los partidos en el tnel de la anacrona y en la praticidad estril de las propuestas de sus dirigentes -que slo termina siendo ms de lo mismo-, agregando a todo ello la aceleracin y cambio de los valores y las costumbres, el individuo halla en el carrusel de la moda una cierta estructura hedonistaldica ueintercambia or la poltica tradicional y que lo incluye en un determinado conjunto humano que lo gua ms a la experimentacin narcisista que al mandato colectivo. La moda, ms que un conjunto de emblemas y smbolos de la diferenciacin -como lo fue en otros tiempos-, ha quedado como el escenario que cierra y abre un intersticio de exploracin para la convivencia y el intercambio simblico comunicacional; lo que importa es el encuentro, la convivencia. Elevando la constelacin de lo efmero, como elemento ontolgico de los actores sociales, se retrae y casi desecha de nuestras vidas la bsqueda de cambios sociales, polticos o econmicos. En la rbita de los gustos, de las frivolidades, de los atuendos, est toda unaramtica abierta a una descricin lecturadel con unto de nuestra tramared de conflictos individuales integrados al concierto gris de la sociedad signada por la obsesin del presente, del peso de un pasado a arentementelorioso, dador de una nacionalidad hobastante moribundaor lalobalizacin uea estaa sanre muerta derramada, que no interesa a nadie recrear ni revivir y de un horizonte rasgado por un futuro incierto.Todo este conjunto hace que lo cotidiano se torne en terreno de una sociabilidad difusa, donde se vive al margen de lo oltico institucional, lo histrico o lo reliioso; en este esacio dilatado entra a confluir tanto lorivado como loblico, lo familiar como lo vecinal, lo ertico y lo ldico, el ocio como el quehacer asalariado. Concentrndonos gracias a los nuevos hbitos adquiridos dentro del arraigo cambiante de nuestra sociedad para el consumo. La cotidianidad se define desde el hogar, la calle, el centro comercial, el rutinario puesto de trabajo, el bar del encuentro, de la apuesta o del juego y la virtualidad de la iconografa meditica regida vertical y burocrticamente por una aspiracin a un standing elevado, junto a ritos y mitos surgidos del seno de la ciudad.Pero los tiempos pasados tejieron una cotidianidad que presentaba un grado de imprevisibilidad, espontaneidad, de una vitalidad ruralizante, de una incertidumbre y naturaleza que ahora no se permitira para nuestras cerradas, temerosas y democratizadas vidas citadinas; la lgica tramada es la que se inscribe en el efecto ensordecedor e hipntico de la repeticin asfltica. La repeticin tambin como conducta externa que es, por su cuenta, eco de una vibracin ms secreta, de una repeticin interior y establecida en la profundidad del singular que la anima. Repeticin cotidiana de los gestos, las mismas jergas, los mismos sueos, los mismos deseos, similares comportamientos prescritos para las ciudades, grandes o pequeas, cada vez ms parecidas, con sus trabajos terriblemente idnticos y montonos, cuando los hay; acordmonos de la sombra del paro que recorre al mundo: Vivian Forrester dixit (2). La moda se inscribe en uno de los pliegues de lo cotidiano como dispensadora de alivio de la inercia y rutina; cotidianidad como densidad vital saturada con signos y ofertas en cada esquina.Si en el siglo XIX Ernst Engel propuso una ley para comprender el sentido innovador de los comportamientos sociales e individuales, la cual deca que "a medida que aumenta el consumo total tiende a disminuir el porcentaje del gasto destinado a la alimentacin", hoy pudiera traducirse que entronizndose el consumo como algo cotidiano pudiramos decir que a medida que aumenta la presencia de la moda en nuestras vidas disminuye el porcentaje de gasto destinado al desarrollo de nuestra espiritualidad y diferencia; nuestra espiritualidad nace slo desde lo externo, la democracia de la moda pide, sobre todo, nicamente la presencia del cuerpo junto a la lealtad de su espritu.VLa moda nos muestra la faz de lo nuevo -pero bajo el signo de la reiteracin- para entender y vivir cotidianamente nuestras pulsiones subjetivas al tempo del imaginario social. Su presencia tiene una influencia mayor que la educacin primaria y secundaria o universitaria, que los sindicatos, la empresa, los oficios, los partidos y hasta de los gobiernos; ella se eleva por encima del aburrimiento generalizado presentndose como la Diana cazadora de la intimidad inconsciente y de los sueos en nuestra individualidad permeable. La prenda del momento cautiva ms que las leyes permanentes o ¿cambiantes? de nuestros estados. Al despertar el confundido ciudadano por los espejismos de la oficialidad institucional ofrecidos como meta que nunca llegaremos realmente a alcanzar, al ciudadano, inscrito dentro de una mscara social, le queda la posibilidad de aferrarse, en tanto respuesta y rechazo a la condicin infernal de nuestras ciudades, al basurero vivencial enue ha convertido el hbitat de su barrio o urbanizacin, o la iconorafa itinerante e infernal de las tragedias mundiales, en el reducto subjetivo y voltil, cambiante e hipntico, integrador y dador de cierto sentido de ¿belleza? o percepcin esttica instantnea que nos presenta el balcn de la moda, convidndonos a una conciencia amarga de la resignacin e identidad de lo incierto y arraigo pasajero en el tobogn del segmento cultural de lo breve, en lo fugaz de las formas estticas de la individualidad; los objetos y matices que
De los Rees, David, 1998: Sobre la moda. Auntes arauna reflexin.
P ina4 de 6
nos ofrece la moda gustan por permitir situarnos socialmente, desenmascararnos, sacando un provecho y placer distintos. Ante el cerco del ruido poltico que pareciera no ir a ningn estadio feliz -o al menos a algn lugar al que uno realmente quiera ir o sentirse invitado-, y al dejar de tener la vida un valor y una dignidad, el individuo y su casi perenne fragilidad se escuda en la extensin plstica y finita de su propia piel, en la fantasa y decoracin de su consciencia; encuentra que la primera ley de la naturaleza personal para la defensa e identidad de su precaria humanidad en las sociedades actuales, est, por el hecho del constante sentido del accidente en nuestro marco vital, en el inmediato halo cambiante de los artiluios, en el adorno o el collar en el desnudo cuello, en un lbulo de la ore a o en las aletas de la nariz, en la intervencin o decoracintatua e cororal, en el oroel de las livianas fantasas, en los barroquismos de los contrastes, en los colores sin vida y en los gustos chocantes ante el buen gusto nico que slo se manifiesta en la medida que solapa y oculta -¡y ya no puede!- la injusticia, la pobreza, la muerte, las lacras, las desigualdades como una condicin casi natural y eterna de nuestro estadio mediocrtico cultural.El individuo casi sintindose escoria de una sociedad que ya no ofrece salidas y a falta de elecciones y de deberes y derechos que cristalicen y reformen, o que aspiren a una cruel sinceridad de los lmites de su suerte y condicin poltica, asume la moda, como complemento de la sucesin de la vida, esa condicin faltante para ejercer la eleccin y desplazar y empuar la cercana de la muerte por indiferencia a la poltica virtualizada y chata: abstraccin que no se mezcla –y siempre es vista desde lejos- ya para sus vidas, ante la trampa mortal del ser esttico de la nada poltica, asume la avalancha de naderas externas y de las pequeas diferencias que forman la moda. Ante la fatua gloria del mundo abstracto institucional y financiero su negacin se cruza con otra abstraccin pero de corte sensitivo y esttico, la de la moda; todo ello nos da una emocin de la presencia y significacin simblico social en la capa del placer individual; rechazo a lo obsoleto y conjuro ante nuestras sociedades del vaco y de la ¿trasparencia? En un tiempo en que las estructuras jurdicas y de legitimidad estn a la deriva y no funcionan, las casi inertes democracias encuentran el respaldo del cauce meditico, proponiendo como condicin existencial al continuo cambio girando en un crculo cerrado. Al no encontrar que la representacin del teatro de los polticos no devuelven la esperanza y tampoco se establece un piso ms firme pero dinmico, menos brutal y ms acogedor, borrando los pocos gestos humanos, esos electores nos muestranue su accin votante est,racias a la continua medida bien administrada de frustracin constante, ms cercano a la seduccin de las pasarelas mercantiles de los oropeles y telas, a los gustos alimenticios y looks que en mirarse y reflejarse en la cara sera -y verazmente cnica- torpe y gris de la constante poltica gerontocrtica de nuestros mundos latinoamericanos. Se busca refugio en la individualidad y en la tica hedonista de la 'estetisacin' de nuestra corporeidad.VILa publicidad y la presencia de la moda no slo domina nuestra visin de mundo, sino que hace de lo efmero nuestra certeza sensible, llena nuestros odos, determina, en forma urgente, nuestra esttica moral, nuestras mimticas conductas y hasta preconiza un sentido de la idea del bien individual y social. La paleoltica corteza poltica an cree que estamos esperando su ltima palabra para saber de cmo va la poltica, ciegos, nos hablan de los colores del mundo cuando nosotros hemos integrado, inventado y despertado nuestras vidas a los colores que nos significan y emocionan sin tener que pedir permiso de la ¿gran? poltica. Los intersticios de la micro poltica tienen sus matices y sus refugios donde constituimos y construimos la vida.Si bien la lgica de las sociedades modernas han hecho posible en reducidos grupos humanos saltar la cerca de las necesidades vitales primarias, ellas han visto llenar su pecho con otras necesidades nuevas y llenas de artificio; una espuma simblica e icnica que constituye toda una constelacin coreogrfica de las necesidades, que van desde el estatus, prestigio, ocio, cultura hasta la informacin, imgenes, confort, mitos, ritos y sueos: tornndose toda esa coleccin en un marco mnimo vital antropolgico, independientes de toda necesidad primaria o con la subsistencia biolgica; ellas ms bien dejan de ser secundarias y obtienen la primera fila en la serie de las necesidades humanas. Topndonos frente a una sociedad que registra slo un mnimo de preocupacin por construir un bien social y que arantice un resiro a la dinidad arasus interantes, los recursos de lo efmero, de los medios, de los simulacros, de los cambios de escenarios electrnicos que nos inundan como virus inmortal de lo instantneo y vital a la vez, resentando su subsistenciala arantade una cohesin social aferrada a lo virtual. Desde hace silos estresente en Occidente el olvido de la polis: lugar donde alguna vez los ciudadanos se reconocieron como agentes de la existencia y direccin del conjunto social. La polis se ha trasladado a una sociedad del escaparate electrnico, de la vitrina virtual y del precio. Las leyes subterrneas imperantes no son dictadas por las relaciones ciudadanas sino por los artfices -a veces geniales, hay que reconocerlo- de la moda y toda su corte de los milagros que proporcionan de estacin a estacin lo emblemtico para respirar y permear entre los aires de las pocas estacionales.VIIMs que hablar de un ethos social, de un ser social, podemos arriesgarnos hablar de un hedon social o de un no-ser social y de un ser asocial polticamente presente desde hace un tiempo. ¿Marginal poltico?, un elector que ya no le importa su voto, un apartidista nato, un individualista consciente de sus gustos, de sus gastos imprescindibles, reunido con lo externo por el imperio de lo cambiante modal en tanto recurso que atrapa una vida -su vida- y le da cierta "distancia y categora" sin otro brillo y aptitud de movilidad e integracin comunitaria, que concibe su integracin a partir del crculo de la exhibicin simblica que le presta -peridicamente o generacionalmente- los signos de la
De los Rees, David, 1998: Sobre la moda. Auntes arauna reflexin.
P ina5 de 6
moda.Inexistente para ocupar un lugar en el ser de una comunidad se llena por el soplo de lo simblico presente en un ser integrado en la vivencia diaria de la imaginacin y del mundo onrico que procura como alimento en sustitucin al sentido del arraigo; su ser en el mundo es una exhibicin y muestreo en y para todo el mundo. Donde el sentido del arraigo en el individuo, posiblemente hoy, hasta puede conducir a la muerte espiritual de ese individuo. El imperativo categrico, el deber-ser, est absorbido por el cambio y el grado de intensidad hedonista como condicin de nuestra definicin y voluntad de lo bueno individual y social.Ello parte desde la nueva idea de progreso adoptada por la sociedad inscrita en la globalidad. Con ella se cambi la lgica de la produccin industrial por una lgica del consumo, de un conjunto de necesidades y de subsistencias locales por la platina del confort y de la moda agarrados a los mltiples canales coaxiales de la aldea ciberespacial.De igual forma vemos que despus de un siglo la industrial del lujo no ser representativa de una elite. Ha cambiado mucho desde la aparicin de las tiendas especializadas de la alta costura francesa, como aquella creada por Charles-Frderiik Worth en 1857, que convierte una empresa de creacin de confecciones selectivas, de sedera original y de artilu ioslu osos de inusitada novedad en un esectculo ublicitariodado en determinados escenarios. Liovetsk 3 ha dicho que con l se inicia lo que ser la moda en el sentido actual del trmino, poniendo en prctica el doble carcter que la constituye: autonomizacin del hecho y del derecho del modisto-diseador, expropiacin correlativa del usuario por lo que respeta a la iniciativa de la indumentaria (4). Hasta ese momento, el sastre, el diseador o el modisto nunca dejaron de trabajar en relacin directa con el cliente, de tomar sus sugerencias, de aceptar sus dictmenes: en mutuo acuerdo elaboraban el atuendo (5). Con Worth se adquirir el derecho soberano de la libertad creadora y de la autoridad artstica; la moda y sus creadores de ser subordinados pasan a esgrimir su propia voluntad creadora.
Pero tambin ocurre que la alta costura subsiste slo si transita hacia la costura industrial; ya no se define y se disea para satisfacer slo a un reducido espacio geogrfico clientelar y a una presencia mnima del gran porcentaje que le abre los mercados. Su mira est en los amplios pastos donde se citan los potenciales consumidores de nuestros siglo de masas. No es la bsqueda de la exquisitez, sino su democratizacin lo que persigue. Si bien no abandona del todo las peticiones de la clase ociosa y de consumo conspicuo de la que nos habl el economista norteamericano Veblen, donde las conductas del derroche terminaban convirtindose en alo necesarioara la vida, ahora busca internarse en las posibilidades de las elecciones y las libertades de las mayoras, separadas del registro estatal y afianzadas en los hbitos de lo efmero. Para los creadores de la moda no slo cuenta la materia prima y sus aledaos, las telas y los diseos, el gusto y cierto sentido de perfeccin o imperfeccin consciente, de las asimetras y las combinaciones de texturas, de talles y de formas; al fin y al cabo, sabemos que toda ella va a estar constituida de variaciones en el seno de una serie conocida; su mirada est colocada en esas mayoras y sus posibles demandas, sus porcentajes de compras, en la inoculacin de nuevos hbitos y deseos que cautiva y monopoliza toda esta industria pareciendo sostener el rumbo cieo del loco barco sin timn de nuestras sociedades industriales emlazada dentro de una musui gneris democracia. Las casas de modas tienen su vida limitada por el dictado del termmetro de la aceptacin de las ma orasue sonuienes, comoa dira Ortea Gasseten 1929,ermiten el acceso a "los luares referentesde lo social".
De ah que digan que la industria de los estilos, de las formas, de los lujos desvalorizados puede entenderse como un lenguaje cercano a lo poltico y al ldico reinado del simulacro social. La moda como aquella cartera que retena nicamente la condicin y smbolo de un estatus, se nos presenta como toda una industria liviana de la imaginera que proporciona una mitologa, introducindose en la historia de la evolucin de todos los estamentos socialesNuevos modelos de sociabilidad, de diferenciacin, de comunicabilidad y de conflictividad; es pauta de comportamiento, instaura toda una gramtica de la comunicacin citadina; acobija aspiraciones psquicas estticas y morales para el individuo integrado en una mayora reglamentada y que ha sufrido una serializacin de los deseos. Bien se ha habladoue en nuestras sociedades,en el nuevo nivel de la civilizacin mediticaue se nos imone, las diferencias que en el siglo XIX estaban representadas nicamente por los niveles econmico no son ya las determinantes para el gusto como s lo son las distinciones que proveen las constelaciones simblicas e icnicas. Dime qu smbolos consumes y te dir qu gustos tienes. Hace tiempo que Baudrillar seal que "los criterios de valor y de diferenciacin se han trasladado a lugares distintos a los de la renta o la riqueza. Los signos internos de los nuevos privilegios vienen inscritos en la ocupacin de los espacios de decisin de poder, manipulacin cultural, control estructura de resonsabilidades, monoolio de cierto estilo consumista: son los sinos delrivile ioactual, ocuando el lugar que tuvo antao el dinero en tanto signo externo". No se aspira a mostrar tanto las diferenciaciones econmicas como s la aspiracin al prestigio; hoy lo determinante, aparte del juego de los estilos para el libre desenvolvimiento del individuo, est en las distinciones culturales que conforman cierto mapa de nuestra existencia individual.Viendo uela moda ha unido al homo frivolusal homo reliiosus odramosafirmar, como se ha dicho de la reliin en estos tiempos de crisis, que la mejor moda es aquella que uno mismo se da; sobriedad y comodidad respecto a la moda pues, como refieren los versos de nuestro amigo y poeta Reynaldo Bello: "Clavan veracidades / en el concreto, / en los pechos, / y en un leve viento, / apenas con rozarlas/ las extrae...
De los Rees, David, 1998: Sobre la moda. Auntes arauna reflexin.
Notas(1) Barthes, R.: 'El grado cero de la escritura. Ensayos crticos'. Siglo XXI, Mxico 1978. P.236.(2) Forrester, Vivian: 'El horror econmico', F.C.E. Mxico, 1997.(3) Lipovetsky, Gilles: 'El imperio de lo efmero', Anagrama, Barcelona 1993, p.103.(4) Pgina 1(5) Pgina 18
FORMA DE CITAR ESTE TRABAJO DE LATINA EN BIBLIOGRAFIAS:
Nombre del autor: ttulo del artculo, en Revista Latina de Comunicacin Social nmero 5, de mayo de 1998; La Laguna (Tenerife), en la siguiente URL: