Lo prohibido , livre ebook

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An unusual foray into the world of finance in 'the capital of the kingdom subjected to capital.' A Madrid that permeates the narrative through the family nucleus of its protagonist José María Bueno de Guzmán.
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Date de parution

08 avril 2021

Nombre de lectures

4

EAN13

9781787363014

Langue

English

Benito Pérez Galdós
Lo prohibido

Spanish Language Edition



New Edition
Published by Sovereign Classic
This Edition
First published in 2021
Copyright © 2021 Sovereign
All Rights Reserved.
ISBN: 9781787363014
Contents
LO PROHIBIDO
LO PROHIBIDO
I
Refiero mi aparición en Madrid, y hablo largamente de mi tío Rafael y de mis primas María Juana, Eloísa y Camila.
I
En Septiembre del 80, pocos meses después del fallecimiento de mi padre, resolví apartarme de los negocios, cediéndolos á otra casa extractora de Jerez tan acreditada como la mía; realicé los créditos que pude, arrendé los predios, traspasé las bodegas y sus existencias, y me fuí á vivir á Madrid. Mi tío (primo carnal de mi padre), don Rafael Bueno de Guzmán y Ataide, quiso albergarme en su casa; mas yo me resistí á ello por no perder mi independencia. Por fin supe hallar un término de conciliación, combinando mi cómoda libertad con el hospitalario deseo de mi pariente; y alquilando un cuarto próximo á su vivienda, me puse en la situación más propia para estar solo cuando quisiese ó gozar del calor de la familia cuando lo hubiese menesp. I-6ter. Vivía el buen señor, quiero decir, vivíamos en el barrio que se ha construído donde antes estuvo el Pósito. El cuarto de mi tío era un principal de diez y ocho mil reales, hermoso y alegre, si bien no muy holgado para tanta familia. Yo tomé el bajo, poco menos grande que el principal, pero sobradamente espacioso para mí solo, y lo decoré con lujo y puse en él todas las comodidades á que estaba acostumbrado. Mi fortuna, gracias á Dios, me lo permitía con exceso.
Mis primeras impresiones fueron de grata sorpresa en lo referente al aspecto de Madrid, donde yo no había estado desde los tiempos de González Brabo. Causábanme asombro la hermosura y amplitud de las nuevas barriadas, los expeditivos medios de comunicación, la evidente mejora en el cariz de los edificios, de las calles y aun de las personas; los bonitísimos jardines plantados en las antes polvorosas plazuelas, las gallardas construcciones de los ricos, las variadas y aparatosas tiendas, no inferiores, por lo que desde la calle se ve, á las de París ó Londres, y, por fin, los muchos y elegantes teatros para todas las clases, gustos y fortunas. Esto y otras cosas que observé después en sociedad, hiciéronme comprender los bruscos adelantos que nuestra capital había realizado desde el 68, adelantos más parecidos á saltos caprichosos que al andar progresivo y firme de los que saben á dónde van; mas no eran por eso menos reales. En una palabra, me daba en la nariz cierto tufillo de cultura europea, de bienestar y aun de riqueza y trabajo.
Mi tío es un agente de negocios muy conocidop. I-7 en Madrid. En otros tiempos desempeñó cargos de importancia en la Administración: fué primero cónsul; después agregado de embajada; más tarde el matrimonio le obligó á fijarse en la corte; sirvió algún tiempo en Hacienda, protegido y alentado por Bravo Murillo, y al fin las necesidades de su familia le estimularon á trocar la mezquina seguridad de un sueldo por las aventuras y esperanzas del trabajo libre. Tenía moderada ambición, rectitud, actividad, inteligencia, muchas relaciones; dedicóse á agenciar asuntos diversos, y al poco tiempo de andar en estos trotes se felicitaba de ello y de haber dado carpetazo á los expedientes. De ellos vivía, no obstante, despertando los que dormían en los archivos, impulsando á los que se estacionaban en las mesas, enderezando como podía el camino de algunos que iban algo descarriados. Favorecíanle sus amistades con gente de éste y el otro partido, y la vara alta que tenía en todas las dependencias del Estado. No había puerta cerrada para él. Podría creerse que los porteros de los ministerios le debían el destino, pues le saludaban con cierto afecto filial y le franqueaban las entradas considerándole como de casa. Oí contar que en ciertas épocas había ganado mucho dinero poniendo su mano activa en afamados expedientes de minas y ferrocarriles; pero que en otras su tímida honradez le había sido desfavorable. Cuando me establecí en Madrid, su posición debía de ser, por las apariencias, holgada sin sobrantes. No carecía de nada, pero no tenía ahorros, lo que en verdad era poco lisonjero para un hombre que, después de trabajar tanto,p. I-8 se acercaba al término de la vida y apenas tenía tiempo ya de ganar el terreno perdido.
Era entonces un señor menos viejo de lo que parecía, vestido siempre como los jóvenes elegantes, pulcro y distinguidísimo. Se afeitaba toda la cara, siendo esto como un alarde de fidelidad á la generación anterior, de la que procedía. Su finura y jovialidad, sostenidas en el fiel de balanza, jamás caían del lado de la familiaridad impertinente ni del de la petulancia. En la conversación estaba su principal mérito y también su defecto, pues sabiendo lo que valía hablando, dejábase vencer del prurito de dar pormenores y de diluir fatigosamente sus relatos. Alguna vez los tomaba tan desde el principio y adornábalos con tan pueriles minuciosidades, que era preciso suplicarle por Dios que fuese breve. Cuando refería un incidente de caza (ejercicio por el cual tenía gran pasión), pasaba tanto tiempo desde el exordio hasta el momento de salir el tiro, que al oyente se le iba el santo al cielo distrayéndose del asunto, y en sonando el pum, llevábase un mediano susto. No sé si apuntar como defecto físico su irritación crónica del aparato lacrimal, que á veces, principalmente en invierno, le ponía los ojos tan húmedos y encendidos como si estuviera llorando á moco y baba. No he conocido hombre que tuviera mayor ni más rico surtido de pañuelos de hilo. Por esto y su costumbre de ostentar á cada instante el blanco lienzo en la mano derecha ó en ambas manos, un amigo mío, andaluz, zumbón y buena persona, de quien hablaré después, llamaba á mi tío la Verónica.
p. I-9
Mostrábame afecto sincero, y en los primeros días de mi residencia en Madrid no se apartaba de mí, para asesorarme en todo lo relativo á mi instalación y ayudarme en mil cosas. Cuando hablábamos de la familia y sacaba yo á relucir recuerdos de mi infancia ó anécdotas de mi padre, entrábale al buen tío como una desazón nerviosa, un entusiasmo febril por las grandes personalidades que ilustraron el apellido de Bueno de Guzmán, y sacando el pañuelo me refería historias que no tenían término. Conceptuábame como el último representante masculino de una raza fecunda en caracteres, y me acariciaba y mimaba como á un chiquillo, á pesar de mis treinta y seis años. ¡Pobre tío! En estas demostraciones afectuosas que aumentaban considerablemente el manantial de sus ojos, descubría yo una pena secreta y agudísima, espina clavada en el corazón de aquel excelente hombre. No sé cómo pude hacer este descubrimiento; pero tenía certidumbre de la disimulada herida cual si la hubiera visto con mis ojos y tocado con mis dedos. Era un desconsuelo profundo, abrumador, el sentimiento de no verme casado con una de sus tres hijas; contrariedad irremediable, porque sus tres hijas ¡ay, dolor! estaban ya casadas.
II
En la primera ocasión que se presentó, mi tío habló de sus tres yernos con muy poco miramiento. El uno era egoísta, el otro pobre y vanidoso, el tercero una mala persona. De confidenp. I-10cia en confidencia llegó hasta las más íntimas y delicadas, acusando á su esposa de precipitación en el casorio de las hijas. De esto colegí que mi tía Pilar, señora indolentísima y de cortos alcances, por quedarse libre y descansar del enfadoso papel de mamá casamentera, había entregado sus niñas al primer hombre que se presentó, llovido en paseos y teatros. También pudo ser que ellas se sobrepusieran á la disciplina paterna, apegándose al primer novio que les deparó la ilusión juvenil.
No habían pasado quince días de mi instalación cuando me puse malo. Desde niño padecía yo ciertos achaquillos de hipocondría, desórdenes nerviosos, que con los años habían perdido algo de su intensidad. Consistían en la ausencia completa del apetito y del sueño, en una perturbación inexplicable que más parecía moral que física, y cuyo principal síntoma era el terror angustioso, como cuando nos hallamos en presencia de inevitable y cercano peligro. Con intervalos de descanso melancólico, mi espíritu experimentaba aquel acceso de miedo inmenso que la razón no podía atenuar, ni la realidad visible combatir; miedo semejante al que sentiría el que, cayéndose sobre la vía férrea y no pudiendo levantarse, viera que el pesado tren se acercaba, le iba á pasar por encima... Cuando me ponía así, la vista de personas extrañas me excitaba más. Dábanme ganas de pegar á alguien ó de injuriar por lo menos á los que me visitaban, y padecía mucho conteniéndome. Por esta razón no quería recibir á nadie, y mi criado, que ya conoce bien este flaco mío y otros, no dejaba quep. I-11 llegase á mi presencia ni una mosca. Difícil era en Madrid extremar la consigna. Ni valían estos rigores con mi tío, el cual, atropellando la guardia, se colaba de rondón en mi gabinete. Y era que creía de buena fe llevarme en sus largos discursos la mejor medicina de mi mal; jactábase de conocerlo á fondo, y en vez de hablarme de cosas que engañosamente llevaran mi espíritu á esfera distinta de mi padecer, estimaba más eficaz encararlo con éste, hacerle meter la cabeza en él valientemente, como se corrige á los caballos espantadizos, acercándoles á los mismos objetos de que huyen. Díjome primero en su festivo exordio, que aquello era el mal del siglo, el cual, forzando la actividad cerebral, creaba una diátesis neuropática constitutiva en toda la humanidad. Esto se lo había dicho Augusto Miquis la noche antes. Por eso lo sabía y lo repetía como papagayo, sin entender una jota de medicina. En lo que principalmente hacía hincapié mi tío Rafael, era en dar á mi dolencia la importancia histórica de un mal de familia, que se perpetuaba y transmitía en ella como en otras el herpetismo ó la tisis hereditaria.
-Todos padecemos en mayor

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